jueves, 17 de enero de 2008

Cosas que nunca te dije. (Lucía García Cano, 2ºBach C)

Era una tarde de esas en las que ya empieza a oler a primavera. Estaba atardeciendo y el cielo anaranjado quedaba reflejado en las claras aguas del mediterráneo.
Miguel y su abuelo, como cada tarde, sentados en la Caleta admiraban el paisaje. Revoloteando sobre sus cabezas decenas de gaviotas piaban hambrientas y bajo sus pies, las aguas revueltas de la mar chocaban contra las duras piedras del muelle.
-Abuelo, ¿dónde va el sol cuando termina el día?- preguntó Miguel.
-Se sumerge en las aguas Miguel, y espera a que llegue el día siguiente.
Miguel quedó pensativo.
-Entonces, ¿es por eso por lo que el agua por la noche está más calentita, abuelo?
-Será por eso Miguel, será por eso.

Manolo era el abuelo de Miguel, un niño de tan sólo unos siete años de edad y que con el paso de la guerra civil española por Cádiz había quedado huérfano. Hoy hacía cuatro años de aquello y Manolo estaba más preocupado que nunca pues, le habían diagnosticado cáncer de próstata y sabía que no duraría mucho. Le aterrorizaba la idea de morir, pero más aún dejar a Miguel solo. ¿Qué iba a ser de él?
-Abuelo, ¿dónde van las personas cuando mueren?
A Manolo se le secó la garganta. Miró a Miguel que con gran esfuerzo estiraba su cuellecito y le miraba con cara de nostalgia. Tenía los ojos verdes como los de su madre, y pelo muy moreno herencia de su padre.
-A ningún sitio Miguel. Sólo su recuerdo queda en nuestros corazones.
-Pues Nicolás dice que su hermano pequeño que ha muerto, se ha ido al cielo- replicó con gesto enfurruñado- pero yo no le creo abuelo, porque yo todas las noches miro al cielo y no puedo ver ni a papá ni a mamá.
Miguel abrazó fuertemente a su abuelo, a quién en este momento le atisbaba lágrimas en los ojos.
-No llores abuelo, que yo aún los recuerdo, sólo que me apetecía verlos directamente.
-Ah no! Si no estoy llorando… es que este viento corta…- dijo mientras se secaba el rostro con la mano.
-Abuelo, si tú tuvieras que elegir dónde pasar tu muerte ¿dónde irías?
-Yo… a la luna Miguel, que allí dice que puedes volar; así no tendría que andar y no se me cansarían las piernas- respondió sonriendo a su nieto.
-Pues entonces, me haré astronauta abuelo, para poder ir a verte.
Manolo soltó una carcajada, y Miguel lo miró sobresaltado.
-¡Que es en serio abuelo!
-Claro Miguel, claro…
Abuelo y nieto se dieron la mano y siguieron mirando el paisaje ahora ya más oscuro y dónde la luna desde su trono comenzaba a reinar la noche.

Poco a poco la noche fue cayendo y con ella la fría ventisca nocturna, así que Manolo y Miguel se fueron a casa donde les esperaba un lecho caliente donde reposar el cansado día.
Manolo se dispuso a acostar a Miguel después de un gran atracón de huevos revueltos, su comida favorita.
-Abuelo, cuéntame un cuento- alegó Miguel con expresión picarona.
-Miguel ya sabes que a mí eso de contar cuentos no…
-“Porfi” abuelo. Una de esas historias de fantasía.
-Está bien. Todo empezó…

“Todo empezó cuando al caer la tarde Violeta se dirigía a su casa tras una tarde de trabajo intensivo en la biblioteca. Había llegado el pedido que esperaba hacía un par de semanas y se había pasado el resto del tiempo ordenado los estantes y buscando un hueco donde colocar los nuevos libros.
Andaba apresurada pues, empezaba a llover y no llevaba paraguas. Vivía en un piso en el centro la ciudad donde apenas se escuchaba el silencio de la noche, pues un tren de cercanías que cruzaba la plaza pasaba cada quince minutos.
Cuando llegó a casa se sentó agotada a comer unas tristes habichuelas secas desde hacía varios días. Pero vio salir un destello de su cartera de cuero que acostumbraba llevar a su trabajo a modo de bolso. Se acercó y la abrió. Dentro no había más que uno de los libros de la colección que había ordenando aquella tarde y que por curiosidad había decidido llevarse uno a casa para leerlo, siempre, claro está, con el consentimiento de su jefe Don Rodolfo.
Se apresuró a sacarlo de entre las tinieblas de la solitaria cartera y acomodándose en la butaca comenzó a devorarlo página tras página. Se sumió en un mundo de colores y frenesí, de cantos con sabor a ilusión y miedos con sonido de acero. Jamás había leído algo parecido. Era un libro extraño, muy extraño, pero poco a poco fue urdiendo en sus entrañas hasta acabar dentro de su alma y formando parte de la historia.
Navegó entre pentagramas de aguas tibias y sinfonías de Mozart, que coloreaba el paisaje de una edad pasada, donde aún los derechos de los hombres se respetaban y el respeto y la igualdad era toda sus leyes”

Miguel se estremecía nervioso.
-Abuelo, ¿y que pasó?
-Quedó atrapada Miguel…

“…se fundió en las páginas de aquel libro y jamás nadie volvió a verla.
Durante meses la noticia de aquella mujer desparecida rondó cada esquina de ese pueblo, pero poco a poco se fue olvidando, formando parte de las historias olvidadas, aquellas a las que no se les encuentra sentido y que a nadie le importa.
Nunca nadie volvió a hablar de ella, ni entraron en su pequeño piso donde aún se vislumbraba entre las sombras de polvo aquel libro donde un día Violeta se perdió.
Pero, años más tarde, una familia acaudalada compró aquel edificio para hacerse una lujosa casa, y una tarde de invierno fueron a ver el estado de aquel montón de basuras. Daniel, era el pequeño de la familia. Tenía unos ocho años de edad y aún sentía esa fascinación por las cosas que casi todos perdemos al hacernos mayores.
Fue él quien descubrió entre mantas de basura el libro, y ni corto ni perezoso se lo guardó bajo su chaqueta dispuesto a llevárselo a casa.
Una vez allí limpió con sus delicadas manos la cubierta y leyó en letras color cobre el título que decía:
-“El templo de los sueños”
Comenzó a leer tumbado sobre la cama. Daniel pensó que era el libro más extraño que jamás había leído pero siguió caminando entre las palabras en busca del sentido de aquella historia. Pero cuando llevaba leídas unas veinte páginas descubrió que el resto de ellas estaban en blanco, no había nada escrito allí. Cómo podía ser aquello, no podía terminar la historia allí, ¡pero si acababa de empezar!
Daniel cerró fuertemente el libro y quedó de brazos cruzados intentando encontrar una respuesta a todo aquello. Entonces se le ocurrió que quizás bajo una luz más intensa…
Se acercó al escritorio donde se hallaba el flexo que su padre le había regalado por su cumpleaños, pero nada. De repente, en un descuido dio un manotazo al vaso de agua que había sobre el escritorio cayendo torpemente encima del libro y mojándolo por completo. Daniel susurraba un taco cuando empezó a leer en las páginas mojadas una frase que decía: “No hay peores cárceles que las palabras”
Daniel no salía de su asombro. Cogió el libro y se dirigió al cuarto de aseo. Cerró la puerta con el pestillo para que nadie le molestara, encendió el grifo de la bañera y se metió en ella vestido y con zapatos y con el libro, dispuesto a tomar un baño. Lo que no sabía es que, el baño fuese de palabras, pues al contacto del libro con el agua, empezaron a salirse las letras de las páginas y empezaron a navegar como burbujas rodeando a Daniel. Vio aquella frase que segundos antes había leído, rodearle las manos hasta unírselas como esposas. Daniel quiso gritar y salir de allí pero no pudo, sus intentos fueron en vano. Poco a poco el nivel del agua fue subiendo hasta que al fin comenzó a salirse de la bañera. Daniel creyó que estaba salvado pues, su madre se percataría de aquello y vendría en su ayuda, pero como un espejismo aquella ilusión se desvaneció al recordar que la puerta estaba cerrada. Fue lo ultimó que pensó, pues una nube de polvo o de vapor cubrió el baño y Daniel fue arrancado de su realidad hasta acabar de nuevo en el piso polvoriento de donde había recogido aquella mañana el libro que ahora le había atrapado.
Miró su alrededor y vislumbró bajó la luz de un flexo a una jovencita de unos veinte y pocos años, sumida en la lectura de un libro que mantenía sobre sus manos. Daniel carraspeó y aquella mujer miró hacia él. Ni se inmutó. Se quedó allí sentada con el libro entre sus manos mirándole fijamente con ojos acusadores, como si le hubiera robado algo muy preciado. Aquella mirada le intimidaba y empezó a sentirse ridículo
al imaginarse allí sentado en el suelo empapado hasta los huesos y con cara de susto.
-¿Te conozco?- preguntó con tono de pocos amigos la mujer del flexo.
-Mmmm… Quizás sí, quizás no. ¿Quién sabe?- fue todo lo que pudo vocalizar.
La mujer le miró con expresión de a quién no le importa lo que pase a su alrededor, y siguió con su lectura. Daniel se levantó y observó que el libro que leía era “El templo de los sueños”.
-Vaya- soltó casi sin ser consciente de ello.
La mujer volvió la vista hacia Daniel y le preguntó:
-¿Vaya qué? Llevo aquí bastante tiempo y nunca había aparecido nadie tan raro como tú.
“¿Raro yo?” pensó Daniel, “Rara ella”.
Entonces miró a su alrededor y vio como empezaron a salir gente y más gente de todos lados. No sabría decir si había decenas o centenares.
-¿De dónde sale toda esta gente?
Ella sonrió y por primera vez soltó el libro y le escrutó con la mirada.
-Todos llegamos como tú, atraídos por alguna historia, por no poder encontrarle sentido, y ahora este es nuestro hogar.
-¿Quiénes sois? ¿Cómo os llamáis?- preguntó Daniel aterrado.
-Yo soy Violeta, y ¿usted es?
-Da… Da… Daniel.
-Mucho gusto Daniel y bienvenido a tu casa.
-¿Mi casa? Esta no es mi casa.
-Desde ahora me temo que sí. Todos venimos aquí a hacer algún papel en la historia, en la vida, en nuestra historia.
-No entiendo nada- decía Daniel negando y con rostro pálido.
-Nosotros hemos sido escogidos para hacer realidad todas esas historias que se esconden tras las páginas de los libros, nos disfrazamos con un nombre u otro pero lo importante es hacer nuestro papel y que las personas se trasladen con nosotros más allá de su encogida realidad. Con nosotros pueden volar de sus vidas, viajar a mundos de fantasía e incluso hacerse pasar por nosotros durante los instantes de gloria de la lectura.
-¿Me estás diciendo que sois personajes de novelas?
-Si lo quieres llamar así, sí. Y este es nuestro hogar, el templo de los sueños.
A Daniel le daba vueltas la cabeza, de recopilar tanta información y tan extraña a la vez, cuando….
….cuando alguien comenzó a llamar a la puerta del baño.
-¡Daniel, Daniel!
Su madre golpeaba la puerta. Daniel se despertó y se encontró metido en la bañera y de nuevo se acordó de todo lo que había sucedido… o en realidad ¿había sido un sueño?
Daniel apagó el grifo y le abrió la puerta a su madre que con cara de enfado y con los brazos cruzados sobre las caderas le gritaba diciéndole que estaba tonto que les iba a matar a todos allí ahogados, que en qué pensaba. Daniel la miraba sin prestarle atención, pues en su mente revoloteaban miles de ideas sobre aquella aventura que había vivido”

Manolo terminó su relato y se acercó a Miguel para ver si estaba dormido. El niño dormía profundamente respirando cada gota de vida. Manolo se dirigió a la puerta para retirarse y descansar lo que le quedaba de noche. Apagó la luz y el cuarto quedó en penumbra tan sólo iluminado por la luna llena que dormitaba sobre el manto de nubes, y allí justo al lado de la ventana donde se alzaba la estantería con los libros, estaba la pequeña Violeta con sus centenares de compañeros, sentados sobre las tablas esperando el día en que de nuevo volvieran al escenario de la fantasía, a hacerles ver al mundo por unos instantes lo verdaderamente bello de los libros.


Lucía García Cano