viernes, 11 de abril de 2008

EMULANDO A JULIO CORTÁZAR. Instrucciones para ver la tele (Jesús Camacho Garrido, 3º ESO)


Cualquier momento es bueno para ver la tele pero, a la vez, no lo es nunca.
Cuando se terminan de hacer las obligaciones, puedes tumbarte en el sofá y ver la tele. Con las ganas de ver la tele, rápidamente te tumbas, te quitas las zapatillas y te pones bien la ropa y, cuando te das cuenta, no tienes el mando en la mano; intentas andar descalzo pero el suelo está muy frío. Te vuelves a poner las zapatillas, coges el mando y te vuelves a tumbar. Luego, le das al botón para encender la tele, porque la tele siempre se deja encendida, pero esta vez no lo está. Te vuelves a levantar y enciendes el aparato, te vuelves a tumbar y te acomodas. En ese momento, llega tu hermano y se pone a llorar para que le pongas los dibujos, justo cuando encuentras algo que te gusta. Llega tu padre y le da la razón a tu hermano con la excusa de que es más pequeño. Le pones los dibujos a tu hermano y la tranquilidad vuelve al salón, cosa que no dura mucho tiempo, porque cuando vuelve tu padre de la ducha el que llora por el mando es tu padre. Si tu padre gana, tu hermano se pone a llorar y no se entera nadie de lo que dice la tele. Al final, llega tu madre, coge el mando ignorado y lo pone en algún canal al azar y manda a callar a todo el mundo.
En conclusión: ver la tele consiste en no verla.

jueves, 10 de abril de 2008

Instrucciones para colgar un cuadro (Irene Santos Delgado, 1ºESOA)


En nuestra vida diaria observamos el suelo levantado verticalmente, del que colgamos objetos decorativos. Este suelo vertical puede estar teñido de varios colores o cubierto con láminas duras. Éste recibe el nombre de pared. Los objetos colgados en ella pueden ser dibujos rodeados de madera que sujeta la tela pintada. Este objeto puede ser de distintas formas, la más usada tiene cuatro líneas rectas y cuatro ángulos rectos.
Para poder colgar este dibujo rodeado de madera, llamado cuadro, utilizamos un palo de madera con un extremo de metal en forma rectangular y una aguja de tamaño medio con una cabeza gruesa y de forma circular. Cogemos el palo de madera, llamado martillo, y la aguja de tamaño medio, llamada clavo y, con el extremo metálico del martillo, golpeamos la cabeza del clavo contra la pared hasta que se quede sujeto, pero sin dejarlo totalmente pegado. Se cogen dos cáncamos, que son dos anillos de hierro con un tornillo cada uno, y se clavan en la parte trasera superior cada uno en un extremo del cuadro y por los cuales se amarra una cuerda, de forma que atraviese el cuadro por la parte trasera superior. Se coge el cuadro y se cuelga la cuerda del clavo.

VII Certamen Andaluz de Escritores Noveles


¿Te gusta escribir? Ésta es tu oportunidad de demostrar lo que vales. Participa en el VII Certamen Andaluz de Escritores Noveles, organizado por la Junta de Andalucía.
El plazo de entrega es el 21 de Noviembre de 2008. Aquí tienes un enlace con más información.

http://www.juntadeandalucia.es/educacion/portal/com/bin/planlyb/contenidos/Convocatorias/VIIcertamenEscritoresNoveles/1207568210811_certamen_literario_08.pdf

Si tienes alguna duda, habla con las profesoras Julia Pérez o Ángela Urbano.

lunes, 24 de marzo de 2008

Frases para recordar. Quotes to remember.



"La medida del amor es amar sin medida"
Cristina Santos, 2ºESO A

"Si en los besos de otra chica mi nombre se te borró,
por la alegría de tu madre, que no te guardo rencor,
aunque no soy ni tu novia ni tu amante,
soy la que te he querido más, y solo te guardo como castigo,
que cuando estés durmiendo con ella, estés soñando conmigo."
Mª Mar Romero, 2ºESO B

"Nunca olvidas a alguien importante en tu vida, solo aprendes a vivir sin ella."
Mercedes Rocio Díaz, 2ºESO B

"Cuando te ví te quise, cuando te hablé te amé, y ahora que te tengo jamás te olvidaré."
Valeria Muñoz, 2ºESO B

"Dos claveles duran en el agua 44 días y dos amigas que se quieren duran toda la vida."
Zahira, 2ºESO A.

"Si todas las noches te asomas a la ventana y sientes frío,no creas q fue el viento. Fue un suspiro mío"
Evelyn, 2ºESO B.


"Las guerras seguirán mientras el color de la piel sea más importante que el color de los ojos".
Enviado por anónimo.


"Detesto lo que dices, pero defendería a muerte tu derecho a decirlo"
-Voltaire-

"No llores por no ver el sol, o las lágrimas no te dejarán ver las estrellas."
"Don't cry because you can't see the sun or your tears won't let you see the stars"
-Anónimo-

"Life is what happens to you while you're busy making other plans."
"La vida es lo que te pasa mientras que estás ocupado haciendo planes"
-John Lennon-

"The beautiful thing about learning is that nobody can take it away from you"
"Lo bonito de aprender es que nadie te lo puede arrebatar"
B.B.King

"If you want to make peace, you don't talk to your friends. You talk to your enemies"
"Si quieres conseguir la paz, no hables con tus amigos sino con tus enemigos"
-Malcom X-

¿Tienes tu frase favorita? Pincha en comentario y cuéntanosla.
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martes, 29 de enero de 2008

Kalimhu. Memorias de un sometido (Francisco Mairena, 2ºBach D)

“Toda nuestra felicidad se vio interrumpida por el ataque de esos vándalos occidentales”.

Mi familia nació en una tribu de América del Sur. Nosotros éramos indígenas y convivíamos en aquel lugar de la selva un centenar de personas.
Llegué a cumplir la edad de adolescente refugiado en un ambiente de amor, respeto y solidaridad entre todos nosotros. En esos tiempos éramos ajenos a los indicios de colonialismo ejercidos por parte de Europa occidental.
Cuando me pierdo en mis pensamientos, recuerdo todo lo que ha ocurrido en mi vida y, créeme, son cosas dignas de cualquier persona, aunque los poderosos piensen que sólo los salvajes merecen ser desterrados de este mundo que antes consideraba justo y digno de vivir, pero que ahora relaciono con una vida llena de peldaños que se cruzan en el camino, y que son imposibles de subir.
En esta historia en la que narro mis memorias no he realizado aún mi carta de presentación: me llamo Kalimhu y estoy orgulloso de pertenecer a esta gran familia y de que corra por mis venas la sangre de esta tribu sudamericana que me dio la vida.
Yo me divertía en el mundo de la ignorancia, ya que nos sentíamos incomunicados con el resto de la vida existente.
Normalmente me levantaba temprano y solía ir a cazar y pescar con mi padre y mis hermanos. Nos lo pasábamos estupendamente ya que llegábamos a la aldea y entregábamos la caza a las mujeres y niñas de la tribu.
El género femenino realizaba la labor doméstica, ya que se encargaban de cocinar todo lo que nosotros cazábamos.
En nuestra tribu, nosotros poníamos las leyes, teníamos nuestra propia cultura y lengua, y no dependíamos de nadie absolutamente.
Para que no se generasen conflictos entre nosotros, elegimos a un jefe en la tribu, que ponía de manifiesto todos nuestros actos e intentaba alcanzar en la aldea la mayor concordia posible mediante su actuación de “líder”.
En los momentos de ocio, solíamos tejer ciertas prendas de vestir como ponchos o zapatillas con materiales característicos de aquella zona como, por ejemplo, el cuero. También utilizábamos sangre animal para reproducciones que se podrían considerar como arquitectónicas. Llegada la noche, prendíamos un gran fuego alrededor del cual bailábamos y realizábamos nuestros ritos religiosos.
Un hecho fundamental que ocurría en la tribu era el nacimiento de un bebé, ya que éste se incorporaría de forma posterior a la aldea. El último caso que simboliza el nacimiento tuvo lugar en el “ser” de mi hermana Malawi, que tuvo el apoyo de toda la aldea en el momento de sufrimiento pero, a la vez, placer y alegría desenfrenadas que se producen al dar a luz.
Vivíamos sin temor y llenos de felicidad en aquel diminuto rinconcito de la humanidad, aunque toda esta situación terminaría…
Una mañana nos fuimos a cazar como de costumbre y dejamos a las mujeres en la aldea pero, para que éstas no se sintieran temerosas, dijimos al jefe de la tribu que las acompañara. Recuerdo perfectamente cómo de bien nos lo pasábamos cazando un jabalí que se cruzó en nuestro camino, cuando de repente oímos gritos que provenían de la tribu.
Rápidamente nos dispusimos a entrar en contacto con la aldea y ocurrió algo terrible…
Las chozas estaban destrozadas debido a la ardiente llama que en ellas producía la vivacidad del fuego, y nuestras mujeres y niñas se encontraban encadenadas e inmovilizadas. En ese momento, el jefe de la tribu se llenó de ira y corrió desesperadamente, con un hacha en la mano, en busca del colonizador que estaba abusando de su mujer. Pero ocurrió lo más horrible, y es que el jefe indígena murió en el intento de defender a su amada mujer.
El resto del día y la noche la pasamos encerrados en jaulas colectivas, una para las mujeres, otra para los hombres, y una última para los niños. Queríamos recibir una explicación sobre todo lo que estaba sucediendo en ese insólito momento, y así fue, ya que el jefe de los occidentales se plantó frente a nuestras jaulas y nos explicó lo que venía a hacer aquí.
El jefe colonizador decía venir del “viejo mundo” y argumentaba con sus frías y calculadoras palabras que iba a conseguir transmitir el progreso y desarrollo a nuestra aldea. Al principio aceptamos su argumento y, movidos por nuestra mera ignorancia, intentamos comprender el bien que podrían generar en nosotros aquellos hombres tan diferentes. Pero, realmente, comprendimos la verdad que ocultaban aquellos hombres. A pesar de que teníamos una cultura claramente distanciada de aquellas personas colonizadoras, pudimos comprender el mal que ellos venían a hacernos.
Estas personas permanecieron algo menos de un mes en la aldea en la que, hasta ese momento, habíamos convivido todos nosotros en gran armonía. Lo primero que hicieron los colonizadores fue separarnos en grupos, a todos los miembros de la tribu, y encomendarnos distintas tareas.
Las mujeres se encargaban de trabajar menos severamente, porque tenían menos fuerza a nivel físico y, por lo tanto, podrían llegar a morir muy tempranamente. Los niños se encargaban de buscar y darles todos los materiales que las personas del “viejo mundo” precisaban para un buen asentamiento en aquel lugar. Por otra parte, nos encontrábamos los hombres de la tribu; y fuimos los que peor nos sentimos tanto física como psíquicamente, ya que teníamos que aguantar los continuos insultos racistas a los que estábamos sometidos, tuvimos que trabajar de sol a sol talando árboles y, además, aguantamos con todo el dolor de nuestras almas y corazones cómo esos occidentales abusaban de las mujeres de la tribu.
La única y verdadera motivación de estas personas era económica, porque querían abastecerse de toda la riqueza encontrada en nuestra zona, entre la que se encontraban, principalmente, la madera y las posibles materias prima que podrían hallar.
A modo individual nos hicieron una especie de reconocimiento y nos prometieron llevarnos a su mundo para que progresáramos en todos los niveles sociales. Efectivamente, así fue, ya que cuando finalizó la etapa en la que se estacionaron y arrasaron con todas nuestras riquezas, nos montaron en un barco, incluido yo, y nos llevaron a su mundo.
Una vez estacionados en la Europa occidental, pudimos contemplar claramente el ambiente tan severo y poco solidario existente, aunque se producía un desarrollo a nivel económico mucho más grande.
Nada más llegar, bajamos del barco en fila india y nos llevaron a un lugar en el que cientos de personas pujaban por hacerse con nuestros servicios. Éramos unos quince hombres de la aldea los que allí nos encontrábamos y teníamos mucho miedo por lo que aquellas personas pudiesen hacernos y porque no nos volveríamos a ver jamás.
Recuerdo perfectamente cómo un hombre de mediana edad y con bigote me llevó hasta su casa, me dio el dinero que le había supuesto el pujar por mí, y me contó una historia bastante impresionante.
Lo primero que me contó fue que estaba en España y que él era, al igual que yo, una persona procedente de América. Me dijo que él había llegado a España a una edad temprana y como esclavo de los occidentales. Supongo que lo que me diría a continuación es conocido ya por todos vosotros, así que voy a ceñirme a lo que ocurre semanas después de convivir con este señor tan especial. A lo largo de esos días trabajé duro al lado de Héctor, nombre de este señor, y conocí su gran secreto: Héctor era una persona que, gracias a sus estudios (era abogado), pudo reclamar la paz y concordia entre los colonizadores y los pueblos sometidos. Aunque apenado por no poder disfrutar de la compañía de mi familia, estaba atravesando una época en la que el aprendizaje era mi primera “arma”. Al lado de Héctor aprendí el idioma europeo y entendí la razón política y económica por la que los países desarrollados se hacían con territorios como el mío.
Asociándolo a mi vida, pude comprender que todo lo que me había sucedido era debido a la madera y al oro que se encontraba en mi aldea. Una vez conocimos perfectamente las causas de tal agresión infame, Héctor y yo fundamos una asociación, la cual tuvo gran éxito, ya que pudimos contar con el apoyo de periodistas, medios de comunicación…
Pasados unos meses, concluimos en que se debía producir un juicio que me permitiese aportar las pruebas necesarias y enfrentarme al líder europeo que me había causado tanto daño. Como podría esperarse, ganamos aquel juicio, y pudimos poner fin a esta catastrófica situación y hacernos con la libertad que tanto añoramos.
Hoy día todos los míos, al igual que yo, tenemos la nacionalidad, vivimos en España, y disfrutamos de los placeres de vivir. Por cierto, Héctor se ha casado con mi hermana (su marido murió en el conflicto al igual que el jefe de la tribu) y han criado a una niña preciosa, que actualmente estudia periodismo.
Ahora comprendo el verdadero significado de la palabra racismo, y me asusto ante lo cruel que pueden llegar a ser ciertos humanos.


Esta historia se basa en la época del colonialismo, largo periodo histórico en el que cientos de territorios africanos y de América del Sur sobre todo, vieron perdida su libertad y fueron sometidos al mandato de los europeos. Por ello, podemos confirmar la presencia del racismo en este periodo, sentimiento que puede desembocar en otros procesos derivados como la xenofobia o la segregación social.

jueves, 17 de enero de 2008

Cosas que nunca te dije. (Lucía García Cano, 2ºBach C)

Era una tarde de esas en las que ya empieza a oler a primavera. Estaba atardeciendo y el cielo anaranjado quedaba reflejado en las claras aguas del mediterráneo.
Miguel y su abuelo, como cada tarde, sentados en la Caleta admiraban el paisaje. Revoloteando sobre sus cabezas decenas de gaviotas piaban hambrientas y bajo sus pies, las aguas revueltas de la mar chocaban contra las duras piedras del muelle.
-Abuelo, ¿dónde va el sol cuando termina el día?- preguntó Miguel.
-Se sumerge en las aguas Miguel, y espera a que llegue el día siguiente.
Miguel quedó pensativo.
-Entonces, ¿es por eso por lo que el agua por la noche está más calentita, abuelo?
-Será por eso Miguel, será por eso.

Manolo era el abuelo de Miguel, un niño de tan sólo unos siete años de edad y que con el paso de la guerra civil española por Cádiz había quedado huérfano. Hoy hacía cuatro años de aquello y Manolo estaba más preocupado que nunca pues, le habían diagnosticado cáncer de próstata y sabía que no duraría mucho. Le aterrorizaba la idea de morir, pero más aún dejar a Miguel solo. ¿Qué iba a ser de él?
-Abuelo, ¿dónde van las personas cuando mueren?
A Manolo se le secó la garganta. Miró a Miguel que con gran esfuerzo estiraba su cuellecito y le miraba con cara de nostalgia. Tenía los ojos verdes como los de su madre, y pelo muy moreno herencia de su padre.
-A ningún sitio Miguel. Sólo su recuerdo queda en nuestros corazones.
-Pues Nicolás dice que su hermano pequeño que ha muerto, se ha ido al cielo- replicó con gesto enfurruñado- pero yo no le creo abuelo, porque yo todas las noches miro al cielo y no puedo ver ni a papá ni a mamá.
Miguel abrazó fuertemente a su abuelo, a quién en este momento le atisbaba lágrimas en los ojos.
-No llores abuelo, que yo aún los recuerdo, sólo que me apetecía verlos directamente.
-Ah no! Si no estoy llorando… es que este viento corta…- dijo mientras se secaba el rostro con la mano.
-Abuelo, si tú tuvieras que elegir dónde pasar tu muerte ¿dónde irías?
-Yo… a la luna Miguel, que allí dice que puedes volar; así no tendría que andar y no se me cansarían las piernas- respondió sonriendo a su nieto.
-Pues entonces, me haré astronauta abuelo, para poder ir a verte.
Manolo soltó una carcajada, y Miguel lo miró sobresaltado.
-¡Que es en serio abuelo!
-Claro Miguel, claro…
Abuelo y nieto se dieron la mano y siguieron mirando el paisaje ahora ya más oscuro y dónde la luna desde su trono comenzaba a reinar la noche.

Poco a poco la noche fue cayendo y con ella la fría ventisca nocturna, así que Manolo y Miguel se fueron a casa donde les esperaba un lecho caliente donde reposar el cansado día.
Manolo se dispuso a acostar a Miguel después de un gran atracón de huevos revueltos, su comida favorita.
-Abuelo, cuéntame un cuento- alegó Miguel con expresión picarona.
-Miguel ya sabes que a mí eso de contar cuentos no…
-“Porfi” abuelo. Una de esas historias de fantasía.
-Está bien. Todo empezó…

“Todo empezó cuando al caer la tarde Violeta se dirigía a su casa tras una tarde de trabajo intensivo en la biblioteca. Había llegado el pedido que esperaba hacía un par de semanas y se había pasado el resto del tiempo ordenado los estantes y buscando un hueco donde colocar los nuevos libros.
Andaba apresurada pues, empezaba a llover y no llevaba paraguas. Vivía en un piso en el centro la ciudad donde apenas se escuchaba el silencio de la noche, pues un tren de cercanías que cruzaba la plaza pasaba cada quince minutos.
Cuando llegó a casa se sentó agotada a comer unas tristes habichuelas secas desde hacía varios días. Pero vio salir un destello de su cartera de cuero que acostumbraba llevar a su trabajo a modo de bolso. Se acercó y la abrió. Dentro no había más que uno de los libros de la colección que había ordenando aquella tarde y que por curiosidad había decidido llevarse uno a casa para leerlo, siempre, claro está, con el consentimiento de su jefe Don Rodolfo.
Se apresuró a sacarlo de entre las tinieblas de la solitaria cartera y acomodándose en la butaca comenzó a devorarlo página tras página. Se sumió en un mundo de colores y frenesí, de cantos con sabor a ilusión y miedos con sonido de acero. Jamás había leído algo parecido. Era un libro extraño, muy extraño, pero poco a poco fue urdiendo en sus entrañas hasta acabar dentro de su alma y formando parte de la historia.
Navegó entre pentagramas de aguas tibias y sinfonías de Mozart, que coloreaba el paisaje de una edad pasada, donde aún los derechos de los hombres se respetaban y el respeto y la igualdad era toda sus leyes”

Miguel se estremecía nervioso.
-Abuelo, ¿y que pasó?
-Quedó atrapada Miguel…

“…se fundió en las páginas de aquel libro y jamás nadie volvió a verla.
Durante meses la noticia de aquella mujer desparecida rondó cada esquina de ese pueblo, pero poco a poco se fue olvidando, formando parte de las historias olvidadas, aquellas a las que no se les encuentra sentido y que a nadie le importa.
Nunca nadie volvió a hablar de ella, ni entraron en su pequeño piso donde aún se vislumbraba entre las sombras de polvo aquel libro donde un día Violeta se perdió.
Pero, años más tarde, una familia acaudalada compró aquel edificio para hacerse una lujosa casa, y una tarde de invierno fueron a ver el estado de aquel montón de basuras. Daniel, era el pequeño de la familia. Tenía unos ocho años de edad y aún sentía esa fascinación por las cosas que casi todos perdemos al hacernos mayores.
Fue él quien descubrió entre mantas de basura el libro, y ni corto ni perezoso se lo guardó bajo su chaqueta dispuesto a llevárselo a casa.
Una vez allí limpió con sus delicadas manos la cubierta y leyó en letras color cobre el título que decía:
-“El templo de los sueños”
Comenzó a leer tumbado sobre la cama. Daniel pensó que era el libro más extraño que jamás había leído pero siguió caminando entre las palabras en busca del sentido de aquella historia. Pero cuando llevaba leídas unas veinte páginas descubrió que el resto de ellas estaban en blanco, no había nada escrito allí. Cómo podía ser aquello, no podía terminar la historia allí, ¡pero si acababa de empezar!
Daniel cerró fuertemente el libro y quedó de brazos cruzados intentando encontrar una respuesta a todo aquello. Entonces se le ocurrió que quizás bajo una luz más intensa…
Se acercó al escritorio donde se hallaba el flexo que su padre le había regalado por su cumpleaños, pero nada. De repente, en un descuido dio un manotazo al vaso de agua que había sobre el escritorio cayendo torpemente encima del libro y mojándolo por completo. Daniel susurraba un taco cuando empezó a leer en las páginas mojadas una frase que decía: “No hay peores cárceles que las palabras”
Daniel no salía de su asombro. Cogió el libro y se dirigió al cuarto de aseo. Cerró la puerta con el pestillo para que nadie le molestara, encendió el grifo de la bañera y se metió en ella vestido y con zapatos y con el libro, dispuesto a tomar un baño. Lo que no sabía es que, el baño fuese de palabras, pues al contacto del libro con el agua, empezaron a salirse las letras de las páginas y empezaron a navegar como burbujas rodeando a Daniel. Vio aquella frase que segundos antes había leído, rodearle las manos hasta unírselas como esposas. Daniel quiso gritar y salir de allí pero no pudo, sus intentos fueron en vano. Poco a poco el nivel del agua fue subiendo hasta que al fin comenzó a salirse de la bañera. Daniel creyó que estaba salvado pues, su madre se percataría de aquello y vendría en su ayuda, pero como un espejismo aquella ilusión se desvaneció al recordar que la puerta estaba cerrada. Fue lo ultimó que pensó, pues una nube de polvo o de vapor cubrió el baño y Daniel fue arrancado de su realidad hasta acabar de nuevo en el piso polvoriento de donde había recogido aquella mañana el libro que ahora le había atrapado.
Miró su alrededor y vislumbró bajó la luz de un flexo a una jovencita de unos veinte y pocos años, sumida en la lectura de un libro que mantenía sobre sus manos. Daniel carraspeó y aquella mujer miró hacia él. Ni se inmutó. Se quedó allí sentada con el libro entre sus manos mirándole fijamente con ojos acusadores, como si le hubiera robado algo muy preciado. Aquella mirada le intimidaba y empezó a sentirse ridículo
al imaginarse allí sentado en el suelo empapado hasta los huesos y con cara de susto.
-¿Te conozco?- preguntó con tono de pocos amigos la mujer del flexo.
-Mmmm… Quizás sí, quizás no. ¿Quién sabe?- fue todo lo que pudo vocalizar.
La mujer le miró con expresión de a quién no le importa lo que pase a su alrededor, y siguió con su lectura. Daniel se levantó y observó que el libro que leía era “El templo de los sueños”.
-Vaya- soltó casi sin ser consciente de ello.
La mujer volvió la vista hacia Daniel y le preguntó:
-¿Vaya qué? Llevo aquí bastante tiempo y nunca había aparecido nadie tan raro como tú.
“¿Raro yo?” pensó Daniel, “Rara ella”.
Entonces miró a su alrededor y vio como empezaron a salir gente y más gente de todos lados. No sabría decir si había decenas o centenares.
-¿De dónde sale toda esta gente?
Ella sonrió y por primera vez soltó el libro y le escrutó con la mirada.
-Todos llegamos como tú, atraídos por alguna historia, por no poder encontrarle sentido, y ahora este es nuestro hogar.
-¿Quiénes sois? ¿Cómo os llamáis?- preguntó Daniel aterrado.
-Yo soy Violeta, y ¿usted es?
-Da… Da… Daniel.
-Mucho gusto Daniel y bienvenido a tu casa.
-¿Mi casa? Esta no es mi casa.
-Desde ahora me temo que sí. Todos venimos aquí a hacer algún papel en la historia, en la vida, en nuestra historia.
-No entiendo nada- decía Daniel negando y con rostro pálido.
-Nosotros hemos sido escogidos para hacer realidad todas esas historias que se esconden tras las páginas de los libros, nos disfrazamos con un nombre u otro pero lo importante es hacer nuestro papel y que las personas se trasladen con nosotros más allá de su encogida realidad. Con nosotros pueden volar de sus vidas, viajar a mundos de fantasía e incluso hacerse pasar por nosotros durante los instantes de gloria de la lectura.
-¿Me estás diciendo que sois personajes de novelas?
-Si lo quieres llamar así, sí. Y este es nuestro hogar, el templo de los sueños.
A Daniel le daba vueltas la cabeza, de recopilar tanta información y tan extraña a la vez, cuando….
….cuando alguien comenzó a llamar a la puerta del baño.
-¡Daniel, Daniel!
Su madre golpeaba la puerta. Daniel se despertó y se encontró metido en la bañera y de nuevo se acordó de todo lo que había sucedido… o en realidad ¿había sido un sueño?
Daniel apagó el grifo y le abrió la puerta a su madre que con cara de enfado y con los brazos cruzados sobre las caderas le gritaba diciéndole que estaba tonto que les iba a matar a todos allí ahogados, que en qué pensaba. Daniel la miraba sin prestarle atención, pues en su mente revoloteaban miles de ideas sobre aquella aventura que había vivido”

Manolo terminó su relato y se acercó a Miguel para ver si estaba dormido. El niño dormía profundamente respirando cada gota de vida. Manolo se dirigió a la puerta para retirarse y descansar lo que le quedaba de noche. Apagó la luz y el cuarto quedó en penumbra tan sólo iluminado por la luna llena que dormitaba sobre el manto de nubes, y allí justo al lado de la ventana donde se alzaba la estantería con los libros, estaba la pequeña Violeta con sus centenares de compañeros, sentados sobre las tablas esperando el día en que de nuevo volvieran al escenario de la fantasía, a hacerles ver al mundo por unos instantes lo verdaderamente bello de los libros.


Lucía García Cano