martes, 29 de enero de 2008

Kalimhu. Memorias de un sometido (Francisco Mairena, 2ºBach D)

“Toda nuestra felicidad se vio interrumpida por el ataque de esos vándalos occidentales”.

Mi familia nació en una tribu de América del Sur. Nosotros éramos indígenas y convivíamos en aquel lugar de la selva un centenar de personas.
Llegué a cumplir la edad de adolescente refugiado en un ambiente de amor, respeto y solidaridad entre todos nosotros. En esos tiempos éramos ajenos a los indicios de colonialismo ejercidos por parte de Europa occidental.
Cuando me pierdo en mis pensamientos, recuerdo todo lo que ha ocurrido en mi vida y, créeme, son cosas dignas de cualquier persona, aunque los poderosos piensen que sólo los salvajes merecen ser desterrados de este mundo que antes consideraba justo y digno de vivir, pero que ahora relaciono con una vida llena de peldaños que se cruzan en el camino, y que son imposibles de subir.
En esta historia en la que narro mis memorias no he realizado aún mi carta de presentación: me llamo Kalimhu y estoy orgulloso de pertenecer a esta gran familia y de que corra por mis venas la sangre de esta tribu sudamericana que me dio la vida.
Yo me divertía en el mundo de la ignorancia, ya que nos sentíamos incomunicados con el resto de la vida existente.
Normalmente me levantaba temprano y solía ir a cazar y pescar con mi padre y mis hermanos. Nos lo pasábamos estupendamente ya que llegábamos a la aldea y entregábamos la caza a las mujeres y niñas de la tribu.
El género femenino realizaba la labor doméstica, ya que se encargaban de cocinar todo lo que nosotros cazábamos.
En nuestra tribu, nosotros poníamos las leyes, teníamos nuestra propia cultura y lengua, y no dependíamos de nadie absolutamente.
Para que no se generasen conflictos entre nosotros, elegimos a un jefe en la tribu, que ponía de manifiesto todos nuestros actos e intentaba alcanzar en la aldea la mayor concordia posible mediante su actuación de “líder”.
En los momentos de ocio, solíamos tejer ciertas prendas de vestir como ponchos o zapatillas con materiales característicos de aquella zona como, por ejemplo, el cuero. También utilizábamos sangre animal para reproducciones que se podrían considerar como arquitectónicas. Llegada la noche, prendíamos un gran fuego alrededor del cual bailábamos y realizábamos nuestros ritos religiosos.
Un hecho fundamental que ocurría en la tribu era el nacimiento de un bebé, ya que éste se incorporaría de forma posterior a la aldea. El último caso que simboliza el nacimiento tuvo lugar en el “ser” de mi hermana Malawi, que tuvo el apoyo de toda la aldea en el momento de sufrimiento pero, a la vez, placer y alegría desenfrenadas que se producen al dar a luz.
Vivíamos sin temor y llenos de felicidad en aquel diminuto rinconcito de la humanidad, aunque toda esta situación terminaría…
Una mañana nos fuimos a cazar como de costumbre y dejamos a las mujeres en la aldea pero, para que éstas no se sintieran temerosas, dijimos al jefe de la tribu que las acompañara. Recuerdo perfectamente cómo de bien nos lo pasábamos cazando un jabalí que se cruzó en nuestro camino, cuando de repente oímos gritos que provenían de la tribu.
Rápidamente nos dispusimos a entrar en contacto con la aldea y ocurrió algo terrible…
Las chozas estaban destrozadas debido a la ardiente llama que en ellas producía la vivacidad del fuego, y nuestras mujeres y niñas se encontraban encadenadas e inmovilizadas. En ese momento, el jefe de la tribu se llenó de ira y corrió desesperadamente, con un hacha en la mano, en busca del colonizador que estaba abusando de su mujer. Pero ocurrió lo más horrible, y es que el jefe indígena murió en el intento de defender a su amada mujer.
El resto del día y la noche la pasamos encerrados en jaulas colectivas, una para las mujeres, otra para los hombres, y una última para los niños. Queríamos recibir una explicación sobre todo lo que estaba sucediendo en ese insólito momento, y así fue, ya que el jefe de los occidentales se plantó frente a nuestras jaulas y nos explicó lo que venía a hacer aquí.
El jefe colonizador decía venir del “viejo mundo” y argumentaba con sus frías y calculadoras palabras que iba a conseguir transmitir el progreso y desarrollo a nuestra aldea. Al principio aceptamos su argumento y, movidos por nuestra mera ignorancia, intentamos comprender el bien que podrían generar en nosotros aquellos hombres tan diferentes. Pero, realmente, comprendimos la verdad que ocultaban aquellos hombres. A pesar de que teníamos una cultura claramente distanciada de aquellas personas colonizadoras, pudimos comprender el mal que ellos venían a hacernos.
Estas personas permanecieron algo menos de un mes en la aldea en la que, hasta ese momento, habíamos convivido todos nosotros en gran armonía. Lo primero que hicieron los colonizadores fue separarnos en grupos, a todos los miembros de la tribu, y encomendarnos distintas tareas.
Las mujeres se encargaban de trabajar menos severamente, porque tenían menos fuerza a nivel físico y, por lo tanto, podrían llegar a morir muy tempranamente. Los niños se encargaban de buscar y darles todos los materiales que las personas del “viejo mundo” precisaban para un buen asentamiento en aquel lugar. Por otra parte, nos encontrábamos los hombres de la tribu; y fuimos los que peor nos sentimos tanto física como psíquicamente, ya que teníamos que aguantar los continuos insultos racistas a los que estábamos sometidos, tuvimos que trabajar de sol a sol talando árboles y, además, aguantamos con todo el dolor de nuestras almas y corazones cómo esos occidentales abusaban de las mujeres de la tribu.
La única y verdadera motivación de estas personas era económica, porque querían abastecerse de toda la riqueza encontrada en nuestra zona, entre la que se encontraban, principalmente, la madera y las posibles materias prima que podrían hallar.
A modo individual nos hicieron una especie de reconocimiento y nos prometieron llevarnos a su mundo para que progresáramos en todos los niveles sociales. Efectivamente, así fue, ya que cuando finalizó la etapa en la que se estacionaron y arrasaron con todas nuestras riquezas, nos montaron en un barco, incluido yo, y nos llevaron a su mundo.
Una vez estacionados en la Europa occidental, pudimos contemplar claramente el ambiente tan severo y poco solidario existente, aunque se producía un desarrollo a nivel económico mucho más grande.
Nada más llegar, bajamos del barco en fila india y nos llevaron a un lugar en el que cientos de personas pujaban por hacerse con nuestros servicios. Éramos unos quince hombres de la aldea los que allí nos encontrábamos y teníamos mucho miedo por lo que aquellas personas pudiesen hacernos y porque no nos volveríamos a ver jamás.
Recuerdo perfectamente cómo un hombre de mediana edad y con bigote me llevó hasta su casa, me dio el dinero que le había supuesto el pujar por mí, y me contó una historia bastante impresionante.
Lo primero que me contó fue que estaba en España y que él era, al igual que yo, una persona procedente de América. Me dijo que él había llegado a España a una edad temprana y como esclavo de los occidentales. Supongo que lo que me diría a continuación es conocido ya por todos vosotros, así que voy a ceñirme a lo que ocurre semanas después de convivir con este señor tan especial. A lo largo de esos días trabajé duro al lado de Héctor, nombre de este señor, y conocí su gran secreto: Héctor era una persona que, gracias a sus estudios (era abogado), pudo reclamar la paz y concordia entre los colonizadores y los pueblos sometidos. Aunque apenado por no poder disfrutar de la compañía de mi familia, estaba atravesando una época en la que el aprendizaje era mi primera “arma”. Al lado de Héctor aprendí el idioma europeo y entendí la razón política y económica por la que los países desarrollados se hacían con territorios como el mío.
Asociándolo a mi vida, pude comprender que todo lo que me había sucedido era debido a la madera y al oro que se encontraba en mi aldea. Una vez conocimos perfectamente las causas de tal agresión infame, Héctor y yo fundamos una asociación, la cual tuvo gran éxito, ya que pudimos contar con el apoyo de periodistas, medios de comunicación…
Pasados unos meses, concluimos en que se debía producir un juicio que me permitiese aportar las pruebas necesarias y enfrentarme al líder europeo que me había causado tanto daño. Como podría esperarse, ganamos aquel juicio, y pudimos poner fin a esta catastrófica situación y hacernos con la libertad que tanto añoramos.
Hoy día todos los míos, al igual que yo, tenemos la nacionalidad, vivimos en España, y disfrutamos de los placeres de vivir. Por cierto, Héctor se ha casado con mi hermana (su marido murió en el conflicto al igual que el jefe de la tribu) y han criado a una niña preciosa, que actualmente estudia periodismo.
Ahora comprendo el verdadero significado de la palabra racismo, y me asusto ante lo cruel que pueden llegar a ser ciertos humanos.


Esta historia se basa en la época del colonialismo, largo periodo histórico en el que cientos de territorios africanos y de América del Sur sobre todo, vieron perdida su libertad y fueron sometidos al mandato de los europeos. Por ello, podemos confirmar la presencia del racismo en este periodo, sentimiento que puede desembocar en otros procesos derivados como la xenofobia o la segregación social.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ta BieN! Ya pa periodista no Paco? jaja ;)